Un ciego se despedía de su amigo, el cual le dio una lámpara. El ciego dijo:
– Yo no preciso de la lámpara, pues para mí no hay diferencia entre claridad u oscuridad.
– Cierto es – dijo su amigo-, pero so no la llevas tal vez otras personas tropiecen contigo.
– De acuerdo – dijo el ciego.
Tras caminar un rato en la oscuridad, el ciego tropezó con alquien.
– ¡Uy! – gritó el ciego.
– ¡Ay! – gritó el otro
– ¿Es que no has visto la lámpara? – dijo enojado el ciego.
– ¡Amigo! Tu lámpara está apagada – dijo el otro.
Fuente: tradicional Zen
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