Un grupo de derviches llevaba andando varios días sin haber encontrado nada que llevarse a la boca. Con los estómagos vacíos, los religiosos soñaban más con los alimentos terrestres que con la elevación espiritual.
De repente, acertó a pasar cerca de ellos un elefantillo y cruzó el camino. Algunos pasos más lejos, un sabio, que estaba meditando, les puso en guardia:
– Os advierto de que no debéis comeros a este pequeño animal, pues os arriesgáis a lamentarlo amargamente.
Los derviches, ofuscados, le respondieron que semejante idea ni siquiera se les había pasado por la cabeza. Sin embargo, tan pronto como hubieron perdido de vista al sabio, atrajeron al elefantillo y lo mataron, lo asaron y se lo comieron. Sólo uno de ellos se niego a participar en la matanza del animal y a alimentarse de él.
Saciados, los otros se acostaron y se durmieron. El que no había comido estaba medio adormecido, cuando vio una inmensa sombra acercarse silenciosamente. Era la madre del elefantillo. Ésta paseó su trompa por encima de él, olfateó su aliento y luego se alejó. A continuación se dirigió hacia donde estaban los otros derviches, a los que olfateó a su vez. Después de haber reconocido en el aliento de estos hombres el olor de su pequeño, los pisoteó a todos ellos. El único superviviente fue el que se abstuvo.
Maestro: cuando te ensucias interiormente, acabas destruido por tu inconsciente.
Fuente: cuento de Rumi del libro La sabiduría de los cuentos de Alejandro Jodorowsky
Léase «el Viaje del Elefante» de José Saramago y, tras ello, dispóngase la llegada a España de los familiares de los paquidermos fallecidos en Boswana. Sabrán perféctamente qué hacer.