Había una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró un polluelo de aguila herido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral. El ave aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse como estos.
Un día, un naturista que pasaba por allí le preguntó al granjero:
– ¿Por qué este águila, el rey de todas las aves y pájaros, permanece encerrado en el corral con los pollos?
El granjero contestó:
– Me lo encontré malherido en el bosque.
– Le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado a ser como un pollo.
– No ha aprendido a volar. Ya no es un águila.
El naturista dijo:
– Es bonito de tu parte haberle recogido y haberle curado y cuidado.
– Sin embargo, tiene corazón de águila y con toda seguridad se le puede enseñar a volar.
– ¿Qué te parece si le ponemos en situación de hacerlo?
Le respondío el granjero:
– No entiendo lo que me dices.
– Si hubiera querido volar, lo hubiese hecho.
– Yo no se lo he impedido.
El naturista:
– Es verdad, tú no se lo has impedido.
– Pero le enseñaste a comportarse como los pollos, por eso no vuela.
– ¿Y si le enseñáramos a volar como las águilas?
– Ok, probemos – dijo el granjero
Animado, el naturista al día siguiente sacó al aguilucho del corral, lo cogió suavemente en brazos y lo llevó hasta una loma cercana.
Le dijo:
– Tú perteneces al cielo, no a la tierra.
– Abre tus alas y vuela. Puedes hacerlo.
Estas palabras persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y al ver desde la loma a los pollos comiendo, se fue dando saltos a reunirse con ellos. Creyó que había perdido su capacidad de volar y tuvo miedo.
Sin desanimarse, al día siguiente el naturista llevó al aguilucho al tejado de la granja y le animó diciendo:
– Eres un águila.
– Abre las alas y vuela. Puedes hacerlo.
El aguilucho tuvo miedo de nuevo de sí mismo y de todo lo que le rodeaba. Nunca lo había contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturista y saltó una vez más hacia el corral.
Muy temprano al día siguiente el naturista llevó al aguilucho a una elevada montaña.
Una vez allí le animó diciendo:
– Eres un águila
– Abre las alas y vuela.
El aguilucho miró fijamente los ojos del naturista. Éste, impresionado por aquella mirada, le dijo en voz baja y suavemente:
– No me sorprende que tengas miedo.
– Es normal que lo tengas.
– Pero ya verás como vale la pena intentarlo.
– Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros corazones de águila.
– Además estos días pasados, cuando saltabas pudiste comprobar qué fuerza tienen tus alas.
El aguilucho miró alrededor, abajo hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Entonces, el naturista lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente. El aguilucho abrió lentamente las alas y finalmente con un grito triunfante, voló alejándose en el cielo. Había recuperado por fin sus posibilidades.
Fuente: autor desconocido
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